miércoles, 9 de febrero de 2011

El día final

El amanecer está a la vuelta de la esquina. Lo presiento por el hábito cotidiano de escuchar el sonido de los pájaros que se pierden entre las innumerables plantas del jardín. Sin embargo este comienzo del día es distinto. Si bien, cada inicio es difícil. Lo sé. A esta edad y con tan deteriorada salud temo que cada amanecer empieza a transformarse en una utopía. Las pupilas se dilatan, los parpados pesan más que de costumbre, siento una carraspera típica de un despreocupado fumador, aunque estoy muy lejos de serlo, y mi temperatura corporal, sin arriesgarme demasiado en el pronóstico, no es la misma de siempre. Lo presiento, mientras continuo con la tarea de saltar de la cama. Ya no puedo. No soy médico, pero el conocimiento de la materia, por la experiencia del combate y de la vida que he llevado, me dicen que algo anda mal en mí. Desde que llegué a este lugar entendí que aquí pasaría mis últimos días viviendo el momento previo al indeseado deceso. Es así que comprendí el contexto en el cual me hallaba, donde cada día la situación se complica más y más.
A pesar de lo dificultoso que fue esa mañana las costumbres diarias no quedaron a un margen, pues no existían motivos mayores para dejar los quehaceres domésticos. Le pedí a mi hija que me lea los diarios, ya que me veo imposibilitado en hacerlo por mi disminuida capacidad en la vista, más digo disminuida siendo generoso, ya que en realidad debo decir nula. Desayune y luego continúe con algunos trabajos memoriales hasta la hora del almuerzo. Me hubiese gustado salir a disfrutar del sol, pero ese día el solo no estaba, y eso lo hace pensar a uno porque en estos casos la mente es tirana. Las complicaciones matinales, la ausencia del sol y la melancolía que un hombre arrastra por motivos varios. Así quien no pensaría en un final, si hasta se asemeja a un cierre novelesco.
Llegó la hora del almuerzo y con el más inconveniente en la salud. Ahora ya no es la vista ni la garganta, ahora es el estomago. Siento dolores similares al cálido beso del plomo otra vez, como en el campo de batalla, como en aquellas viejas épocas de incansables luchas, es que tan incansables fueron que hoy me encuentro así, pero lejos estoy de arrepentirme, aunque me separen miles de kilómetros de la tierra adorada. Se acerca la hora. Para alegría de muchos y para tristeza de otros es el momento de la agonía lógica de un final anunciado, y particularmente, en el lugar que nunca hubiese pensado estar.
Siempre creí que este pasaje de mi vida iba a estar abundado por la felicidad de quienes me rodean; pertenecer a un pueblo libre es motivo más que suficiente para celebrar. Tras la ruptura con el imperio realista comenzaría la etapa de crecimiento y consolidación de una patria por la cual he dado la vida. Pero hoy lejos estamos de estas ideas. La barbarie sigue sonando con fuerza en el territorio y las guerras civiles sin argumentos fuertes más que el económico son una constante entre hermanos. No puedo creer entonces en un crecimiento, si no hacemos más que destruirnos a nosotros mismos; me han despojado de mi lucha y me han declarado traidor por negarme a desenvainar mi sable en un combate sin sentido.

Abatido, en soledad y muy lejos de su patria murió un gran héroe que ante la mirada de antiguos y contemporáneos se reduce solo a un acto escolar o al día feriado en el cual no se va a trabajar. Pero sin lugar a dudas es más que eso, alguien que supo decir: “Seamos libres y lo demás no importa nada”, seguramente es más que eso.

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