viernes, 4 de marzo de 2011

Departamentos


El viento se divierte jugando con la puerta, es que él no comprende sobre aberturas, ruidos y falta de aceite. El rectángulo blanco, perverso aliado; entre ambos corrompen el silencio de hospital que reinaba hasta entonces en la casa. Las dimensiones de una habitación; las blancas paredes se confunde con las cortinas de igual matiz hasta que una ventisca las hace flamear como una bandera. Al abrirse en un movimiento florido de los primeros días de septiembre se escurren por la ventana una innumerable cantidad de olores que se van metiendo en uno y con ellos las imágenes tan vivas como si precisamente uno fuera el que está allí ahora.
La cena en familia; murmullos por aquí y allá, temas banales y la figura de alguien que se aventura al debate arrojando una frase polémica. Los ruidos de los cubiertos rozando los platos son corrientes, ordinarios, pero jamás nadie se detuvo a pensar en tremendo sonido, tan fino, tan histérico. Las discusiones de política ganan terreno entre recetas de cocina que van perdiendo adeptos a medida que las defensas por los candidatos se hacen más enérgicas.
Sale uno, sube otro y apretando un botón ya está abajo. Puerta principal; bocinas y frenadas indican el camino adentrándose al pasillo entre tenues luces incapaces de marcar el rumbo.
- ¿Cómo anda don?- inicia la charla con una sonrisa cómplice que acompaña la frase.
- ¿Que tal joven?- responde con otra pregunta y casi con el último esfuerzo tomando impulso para subir la escalera hacia el ascensor.
- ¡Lindo día!- exclamó, cerrando con un tema intrascendente, simplemente para evitar ser descortés y por puro compromiso.
Asintiendo con la cabeza le pone fin al dialogo; ambos se retiran a continuar cada uno con su vida.
Espejo grande, zaguán angosto; el aroma de sábado por la noche está en el aire y los colores de los vestidos aparecen en cada rincón del departamento. Planes truncos y nuevos destinos auguran horas de charlas y amigos. El timbre suena con segundos de diferencia al llamado del teléfono, optando por el segundo alguien se retira afuera cansado de esperar mientras que en el aparato una voz chillona oficializa el compromiso nocturno.
El dilema femenino pone nervioso al del “B”, quizás por envidia, no es día de juerga para él, sino más bien noche de trabajo. El alquiler por vencer y tanto dinero que juntar. Ropa sucia, hoyas con grasa y los pocos muebles tapados con una amplia capa de polvo. La prolongada ausencia comienza a pasar factura en la casa y las habitaciones se manifiestan a través de olores húmedos entre alcobas y pasillos en desuso.
El ojo de la puerta clarifica el panorama llegando a la escalera. Al del “B” ya no le interesa la mujer y la superflua decisión estética; murmullos y chismes toman fuerza en el punto nodal entre el segundo y tercer piso.
- Que maleducada la del primero, pasa una por al lado y ni siquiera se toma la molestia de responder al saludo- tiró con tono despectivo y un poco de rencor.
- Es que se peleó con su marido- afirmó escandalizada- y no sabes la trifulca que se armó.
- ¡No me digas!- contestó rápido sin dejar terminar el relato, con cara larga producto del asombro y las ganas por saber más.
En eso el corredor se llena de inocencia para hacerle frente a tanta malevolencia. Niños buscando trincheras para quedarse un largo rato allí; evitar ser encontrados es el objetivo. Alguien sale a la búsqueda avanzando a paso decidido entre las señoras de aquella conversación.
- Estos niños están alborotando el lugar- enojada.
- Hay que hablar con el conserje- con mirada vengativa hacia los pequeños se da vuelta y continúa la charla olvidando la intromisión.
Adornos florales, fotos en blanco y negro y una combinación de muebles típica de los ´80. Piazzolla de fondo acompaña la tempranera cena; hoy no es noche de visitas para el viejo Méndez. Las nietas de viaje en las cataratas, el distanciamiento con su hija menor por esos giros inesperados de la vida y su amada desde hace tiempo mirándolo de arriba. Cuartos oscuros y plato metálico con tibia sopa de fideos.
Otra vez las dimensiones de la habitación blanca, las cortinas flameando y el juego de la puerta. Mientras vidas diurnas se despliegan a lo largo y ancho del departamento, alguien junto a un velador apoyado sobre una rústica mesa blanca escribe sumergido en la tristeza de una vida tan o más diurna que la de los demás.

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario